El destino:
Le has entrado por los ojos a ELLA y quiere reservarte
por 24 h.
Por supuesto, si aceptas esta solicitud, no podrás hechizar a otras dulces
señoritas durante 24 h, pero podrás conocerla mejor…Bueno, entonces, ¿aceptas?
Esta reserva ha sido aceptada.
Él:
Gracias por sacarme de esta estantería fría, en la que
productos más nuevos se burlaban de mí diciéndome que nadie se fijaría en un
producto como yo... ¿Me llevas a casa? Ocupo poco en la alacena y aguanto bien
en la nevera...
Ella:
Mis estanterías solo las ocupa el polvo y mi plumero
no cesa de vomitar recuerdos…y aunque desde que releí este verano a Salinger y
las peripecias de Holden Caulfield juré que no volvería a decir
"encantada", como siempre, seré incoherente y te digo: encantada...
Él:
En cualquier caso, me alegra haberte encontrado,
porque, como esteta que soy, tus fotos me han llamado mucho la atención, y me
gustaría saber qué se esconde tras esa mirada fuerte, qué ven tus ojos cuando
miras y, en definitiva, saber qué anima ese cuerpo que tan bien puesto parece
estar en esta tierra.
Ella:
Todas las respuestas que me pides...tras la pausa de
la sobremesa.
¡Comencemos
a jugar!
Carezco de
ambición, seré, sin duda, la peor oponente...
Él:
¡Juguemos!
Yo también estoy incómodo con corsés y tampoco tengo afán competitivo, así que
creo que jugaremos al mismo nivel.
Ya salivo por esa réplica y deseando atender tus curiosidades...
¡No tardes!
Ella:
¡Comencemos?
Me resulta curioso caminar por estos terrenos, zozobro
en las relaciones que se esconden tras una pantalla y la soledad; el juego se
desvirtúa y la imaginación vuela como un globo que escapa de la mano de un
niño, incluso roza la crueldad al crear un mundo idealizado...es como un alud
que avanza con cada toque de tecla.
Necesito mirar a los ojos cuando me hablan y cuando
hablo; ver como las manos juegan y bailan en un continuo gesticular que delata
infinidad de secretos…
Lo mío con los puntos suspensivos es un amor inquebrantable...me dejan
respirar, son la pausa en la que si hablara miraría a los ojos; son mi puerta
de entrada y de huida, la cuerda que me salva de aguas procelosas...
Él:
Me pillas con un pie en el tálamo. He leído tu
mensaje, me he alimentado de él casi, con delectación y ansia.
Muéstrame el camino a la salida, Ariadna. Déjame hacer lo mismo contigo.
Pregunta.
PD: Te contesto mañana por la mañana. Pero déjame, regálame, tu primera
pregunta junto con el desayuno. Como si hubiésemos compartido el tálamo que los
dioses nos concedieron antes de ejercer tamaña hazaña
Ella:
¿Intuición...o brujería?...sabía que te encontraría al
volver
MI PREGUNTA:
Cuéntame tu sueño de esta noche, y si no lo recuerdas dime qué te hubiera
gustado soñar...
Él:
MI RESPUESTA:
Lo que me hubiese gustado soñar...
No sabía qué hacía allí. Tenía cerveza en casa. No necesitaba pagar 3€ por
aquella jarra. No necesitaba ocupar un sitio en la barra -la terraza estaba
petada- en aquel bar tan moderno, tan aséptico, tan inútil. Tan inútil como él.
¿Qué hacía allí? ¿De verdad creía que iba a conseguir hablar con alguien? ¿Qué
iba a poder entrarle a una tía?
Tomó un sorbo y dirigió la mirada por el establecimiento. Nadie. Casi nadie. Al
otro lado de la barra, un bulto -la bombilla que debería iluminarla se negaba a
funcionar- se movía delante de otra cerveza. Sin nada mejor que hacer se dedicó
a escudriñarla con discreción. Quizás pudiese hacer de aquella persona un
personaje en alguno de sus cuentos.
Pero no se movía más allá del acto reflejo de coger y dejar la caña en la
barra. Creía que era una chica, porque le pareció que la mano que asomaba a la
luz tenía las uñas pulidas y pintadas.
Tenía que fumarse un piti. Lo lió entre sorbos de cerveza y salió a la calle.
Se dejó caer del portal y encendió el pitillo. Se tomaba la cerveza y se iba a
casa.
-Tienes fuego?
Se volvió. Unos ojos marrones lo envolvían en una cálida mirada, mientras unos
labios finos sostenían un cigarrillo. Y el olor. Aquella chica olía muy bien.
No era olor a colonia, ni a perfume. Era un olor... ambrosíaco. Mágico. Era un
olor que reconfortaba, que le hacía sentirse bien.
-Sí, claro -le encendió el mechero y una de aquellas manos se arqueó sobre la
suya, tocándolo. En cuanto sintió la palma sobre el dorso de la suya, creyó oír
el rumor de un mar embravecido que rompía sobre una pared de acantilados y la
succión de la resaca marina. Sintió que el cigarrillo se encendiese tan rápido.
Tenía que haber utilizado dos palos, o dos piedras. En esos momentos le sobraba
toda la civilización.
-Gracias -le dijo ella.
Y cuando sus ojos se enfrentaron a los suyos, aquel mar que oía se hizo físico,
real, y se sintió nadando en aquel océano embravecido, aunque no sintió miedo.
Bajó la mirada. Segundos de silencio que pesaban como siglos en convento de
clausura.
-Me invitas a una birra en otro sitio? -le espetó ella de repente-. Te he
estado observando en la barra. Me intrigas. Quiero desenvolver ese misterio que
te rodea. Quiero desnudarte, saber qué pasa por tu cabeza, qué pasaba por ella
cuando me mirabas -su voz sonaba reconfortante, como cuando pones el oído en
una caracola-. Me llamo...
-Yo te bautizaré. Te llamarás Caribdis. Y yo seré Ulises. Y juro que nunca
llegaré a Ítaca.
Ella sonrió. Comenzaron a andar...
MI PREGUNTA
¿Cómo seguirías mi sueño?
Gracias por regalarme este desayuno, yo también soy más de mirar y de escuchar
y de observar.
Me parecería una cosa del destino que hayas llegado a
mí para poner tus manos sobre mi cuerpo y que se queden para siempre...
Ella:
Interesante sobremesa esta que me has regalado con tu
relato...solo el comienzo, porque acepto con placer tu invitación a que lo
cosamos tecla a tecla, artesanos seremos…
"Y me parecería una cosa del destino que hayas
llegado a mí para poner tus manos sobre mi cuerpo y que se queden para
siempre..."
Esto puede solucionarse...
Te beso...
Él:
Sólo puedo decir... llévame contigo.
Hordas poéticas...Yo también las sufrí.
Espero tu mensaje como agua de mayo. Proclamo.
(Y me parecería una cosa del destino que hayas llegado a mí para poner tus
manos sobre mi cuerpo y que se queden para siempre...)
"Esto puede solucionarse..."
¡Una solución quiero!
Ella:
¡AMÉN!
Él:
Me han sabido a tan poco tus palabras, han sido tan
pocas, que las he tenido que degustar como las gambas: primero chupar los picos
superiores e inferiores, luego quitarles esa minúscula corteza que tienen, como
los altramuces, y degustarlas con un poco de jengibre entre letra y letra para
diferenciar los distintos sabores y matices...
Me he dado un festín dionisíaco. Hacía años que no desayunaba tan bien. La
grasilla me rezumaba por la comisura de los labios, y los dedos tenían ese
brillo que se asemeja al temblor que les causa el sol cuando tienes polvillo de
mariposa en ellos.
Sabían a noche, a discursos (algunos malgastados), a miradas que apagan soles,
a pensamientos que tenían mi imagen y casi casi mi nombre. Sabían a correo por
escribir, a ese alcohol que macera la noche, a tu garganta, a tu estómago, a tu
hígado, a tu piel.
Quiero más. Aliméntame.
Te pienso. Y eso que apenas hemos cruzado unas miles de
palabras...
Te leeré con placer y necesidad.
Besos cada vez más osados, de los que revolotean
fisonomías y se posan en lugares recónditos a los que pueden llamar hogar.
Ella:
Quiero alimentarte...más bien deseo la antropofagia...
Esto horarios me están siendo ser tan lacónica…que mi
garganta es cárcel de palabras prisioneras en tu busca…
Él:
Nervios postadolescentes de que tu voz, aún codificada
electrónicamente, roce mis orejas y se cuele en mis oídos...
Él sonrió antes de contestar.
-Lo he visto todo. He visto el universo antes de existir. He visto la
protomateria condensarse hasta el momento justo del Big Bang. He visto soles
arrasando galaxias. He visto el nacimiento de la vida. El levantamiento de las
pirámides. Los trabajos de la Capilla Sixtina. El primer globo aerostático, que
subía igual que las volutas de ese humo que transporta tu hálito...
Ella miró divertida los giros que su suspiro dibujaba en el aire disfrazado de
humo. Si él supiera... Sacó una libreta, la fuerza de la costumbre.
-Hay algunas cosas que debes saber sobre mí: me siento en las terrazas y
observo a la gente. Mango en los grandes almacenes. Nunca haría daño a una
mosca. Cojo la comida que mi madre quiere tirar a la basura y alimento
animalillos en un descampado que hay cercano a su casa.
Él tomó el testigo. Parsimoniosamente, sabiéndose observado,
lio un cigarrillo. Lo encendió, exhaló el humo y continuó él:
He sido patológicamente tímido hasta los 30 años. Escribo. Odio tirar comida.
Me visto con ropa de segunda mano. Tengo vitíligo, que ya habrás observado en
mis manos, y no tengo tiroides. Me gusta observar a la gente. Y en este momento
nada me apetecería más que besarte.
La proposición quedó en el aire durante unos segundos. Ella acercó la silla a
la suya y estiro el cuello. Él acercó su cabeza a la suya. Respiraron el aire
de cada uno. Se olieron con los ojos cerrados. Él acercó sus labios a los de
ella. Los posó cuidadosamente sobre los suyos, sabiendo el tesoro que estaba
acariciando. la besó con suavidad, con veneración. Ella apretó sus labios, exigiendo
ese beso. La veneración pronto se hizo familiaridad y sus bocas se abrieron,
sus lenguas se buscaron y se mezclaron, formando una única unidad que daba
sentido a todo el pasado que el hombre acarreaba. La vio cuando era un
adolescente. La vio cuando vivió en Londres. La vio en sus estancias en
Estambul, en su viaje a Tailandia. Donde quiera que mirase a su pasado, allí
estaba ella. Y ahora estaba allí, compartiendo su saliva purificadora con él,
insuflándole vida y nuevos bríos, acariciando su cabeza mientras el aire de su
nariz le corría juguetón por el bigote.
Se retiraron para mirarse. El mundo había dejado de existir como tal. Era el attrezzo
de ese beso. Se buscaron otra vez. Se besaron con ansia, con cariño y deseo. Él
paseó su lengua por el dibujo de su sonrisa. Ella le puso la mano en su
corazón. Desbocado. Él le llevó la mano al suyo. Desbocado, latiendo al mismo
compás, componiendo un canon que era la banda sonora del universo.
Él quisiera haber dicho algo. Ella, más sabia, sabía que aún no se habían
inventado las palabras para aquel momento. Que tendrían que descubrirlas,
criarlas, mimarlas para formar aquel lenguaje nuevo que nacía de aquellos
besos.
Tu turno, querida
Ella:
-Entonces…¿dejarás que Penélope siga tejiendo?- le
preguntó ella agarrando con fuerza su brazo para hacerle girar hacia sus ojos
en espera de una respuesta que decidiría –sin él sospecharlo- que el devastador
remolino le ahogase o le invitara a navegar junto a ella.
-Penélope tejerá y tejerá hasta cubrir con un enorme manto a todos sus
pretendientes, incluso a ella misma y en toda Ítaca reinará la noche
eterna…-
Caminaron.
La calle estaba desbordada de gente, andaban sorteando modernos y modernas que
parecían sacados de un catálogo “you must be..you must have…be cool”; era
entonces cuando ella buscaba con deseo asesino a Escila e imaginaba aterradoras
escenas de una tempestad con todos –excepto ellos- superados por las aguas.
Una risa impúdica se dibujaba en su cara. Él se dio cuenta pero no preguntó.
Siguieron caminando un buen rato sin hablar, no había necesidad de llenar
oquedades con estúpidos y mediocres cumplidos. Parecía que hubiesen aprendido
el arte de la marcialidad en un ejército alemán; el compás de los pasos de
ambos iban componiendo las notas de una partitura.
-Supongo que prefieres terraza, lo digo por lo de fumar- ¿Ahí?
Ella levantó sus gafas y escudriñó el lugar. –Perfecto-
De nuevo le pidió fuego pero ahora ella le sostuvo las dos manos con las suyas
mientras él rascaba con lentitud la rueda del mechero, se acordó de la primera
vez y quiso atrapar el tiempo…Ella se dejaba y sintió tener que soltarse de sus
manos para sostener el cigarrillo; después lo sostuvo entre los dedos, lo
irguió y exhaló una bocanada de humo mientras no dejaba de mirarle con suavidad
a los ojos.
Se sentaron en una mesa que hacía esquina. La eligió ella. Siempre lo hacía,
siempre escogía una mesa desde donde observar a la gente, a modo de atalaya,
una mesa que protegiera sus dudosas acciones, una mesa como una fortaleza, un
castillo, un refugio…pero eso los demás no lo sabían.
Y dime Ulises…¿qué has visto detrás de mis ojos?
Te cedo el testigo...
Aflora una
especie de adicción...y me encanta -por mucho que Holden se mosquee...-
Él:
Dejemos a Holden fuera de esto. Que sea una cosa tuya
y mía, que nadie más venga a meter las narices en lo que hablamos, decimos y suspiramos
por…
Mañana retomo el relato. Temo que si lo hiciera ahora, acabaría siendo un
relato pornográfico para leer a una sola mano y creo que mereces algo menos
explícito, algo más elaborado, que la pornografía llegue como fin, y no como
medio...
Hoy he tenido ganas de oír tu voz. Ya ves, yo, un vulgar semidiós, queriendo
meterse en la laringe de una diosa, la ojizarca Atenea....
Te espero. Con fruición. Ojalá vuelvas esta noche.
¿Necesidad de leerme? Ahora mismo todas mis
ansiedades, todas mi adicciones, caben en un guarismo: 9.
Bienvenida a mi mundo. A mi mente.
Ella:
Aquí estoy...recién despierta tras media hora de
quedarme sin remedio dormida en una de esas posturas imposibles que luego pasan
factura.
Perfecto Holden y cualquier otro fuera de este
entorno...si a alguien se le ocurriera entrometerse le dejamos fuera de
combate.
Quieres que nos oigamos?, yo también.
Me apetece que tengas mi número de teléfono. Pídemelo.
Admiro como utilizas el lenguaje, sobre todo el uso de
ciertas palabras...de metáforas...de alusiones...Eso siempre ha sido uno de mis
puntos flacos a la hora de dejarme seducir...
Sigo aquí...
ÉL:
¿Me das tu número de teléfono? ¿Querrás tener el mío? ¿Puedo
llamarte cuando lo tenga?
Ella:
Claro que te lo doy, su nombre es: … y claro que
quiero el tuyo
Él:
Mi tfno. se llama: ………
Mañana por la mañana estaré dispuesto a hablar contigo las 12 horas que marque
el astro rey. Y por la tarde también podrá aprovechar huecos entre labores
profesionales para que oigas mi fea voz. Y por la noche podríamos tomar una
libación y continuar el relato a dos manos, o dos voces, o... ves? me ilusiono
y pierdo el norte!
Y que conste en acta que me gustaría ser el causante de esa postura que mañana
pasará factura. Yo te haría descuento y te regalaría un perrito piloto, un piso
en Torrevieja y la cabeza del Borbón si me la pidieras... Pídeme...
Y qué más escribirte, cuando las palabras se quedan
terriblemente cortas para expresar lo que siento cuando te oigo, cuando te
pienso, cuando te sueño...?
Eres la niña que todo monte querría como sol.
Tengo sed de tus palabras. Líbame. Pídeme...
Defecto #1: ansia carnívora.
Ella:
Me encantará escucharte...Elucubremos sobre el tono,
la cadencia y la gravedad de nuestras voces. Me cuesta imaginar cómo suena lo
que escribes desde tu boca...No quiero saberlo hasta mañana. Ahora, leerte, ya
me acelera las pulsaciones...
¿Te das cuenta que esto es totalmente a la inversa?
...curioso
Se supone que un día en un bar, en el bus, en la cola
de la caja de cualquier supermercado o donde sea, conoces a alguien; te
envenena y surge una cerveza -en mi caso no porque no me gusta nada...pongamos
un vino o un café- , y del café nace una conversación que te inocula más aún el
veneno del principio y en la conversación la necesidad imperiosa de gestar una
nueva cita y para eso un medio que sirva de puente para no perderse en la
separación...y entonces intercambio de números de teléfono...
Sigo...
Te invito a ser causa de mis insanas posturas...
Él:
Elucubremos:
Voz grave, de las que se arrastran por la tráquea intentando sortear las
cuerdas vocales, voz rota que augura momentos de acercar el oído a los labios
para no perderse ni un ápice del discurso, ni una perla de saliva...
Cadencia lenta, parsimoniosa, cadencia que se sabe lo más importante de este
mundo y que se toma su tiempo para manifestarse. Ritmo pausado, perezoso, de
los que hacen que encojas el corazón y aguantes la respiración hasta que surja
el milagro de la palabra a mí dirigida...
Tono grave igualmente, de contralto, de Luzia de Lamermoor cantando el aria de
la locura, de mi locura...
Ahora que te conozco y te leo intento imaginar esos encuentros fortuitos en los
que nos habremos cruzado, con cien poetas de testigos, pero nuestras palabras
se han dirigido a otros, desconocidos mutuos buscando la magia de las palabras
propias, emisores de miradas que piden un rescate a voces, cerebros que piden
una conversación que los alise, que los aplane, que los sorprendan y que los
hagan salivar...
Te espero...
Ella:
Mezclo en la coctelera la gravedad que transforma la
garganta en la cueva de un acantilado, con el vaho de las palabras que se
agolpan y aun así comprenden que lo sutil es la espera, el sosiego, la
calma...
Quizá acierte.
Pondría mi cuello en el cadalso jurando que no me crucé contigo hasta ahora...
Por muchos poetas obstruyendo con sus versos y a pesar de mi enorme despiste,
dudo, dudo mucho que mi mirada no hubiera recaído en ti...Solo la ceguera
provocada por los focos...solo de ella desconfío.
Pongo rumbo a tus oídos y tapo los míos, para no sucumbir a cantos de
sirenas...
Ahora te pediría fuego...¿tienes fuego? -gracias- y apurando la llama del
mechero te miraría a los ojos...
Él:
Tampoco creo yo que nos hayamos cruzado, porque si lo
hemos hecho y no has tenido mi teléfono hasta hoy, seré merecedor de la L
infinita que pueble mi frente hasta el final de los días....
Te daría fuego, e intentaría tras la llama cautivarte con esa mirada lúbrica
hoy por necesidad, con la que convencerte de que el silencio es mi mejor
aliado, mi mejor baza. Que escuchar se me da mejor que oír, y oír mejor que
hablar. Y me enfrentaría -yo, pobre mortal- a esos ojos que firmaron el Big Bang,
que estuvieron en la invención de la rueda, en las profecías de Nostradamus, en
la revolución industrial y en la llegada del hombre a la luna. Intentaría
dibujar el mapa de tus miradas, cartografiar los haces de luces que aprehendes
para dibujar un errático camino hasta mí, hasta donde mi mechero hace un juego
luciferino y pregunta tu nombre con el bailar de la lumbre, y te pregunta si te
apetece un vino, una charla y una mirada que te rendirá pleitesía hasta el día
que los muertos caminen de nuevo sobre la tierra...
Y en esto miro tus fotos (otra vez) y sufro el dulce aguijonazo del síndrome de
Stendhal...
Ella:
Pretendes que yo, ahora, pueda escribir algo digno?...
Flaqueo físicamente pero cada poro de mi cuerpo escupe lo que desde mi interior
se agita y las palabras están volando en espiral sobre mi cabeza...Esa
sensación de querer expresar sentimientos y emociones y todo se queda tan
breve, tan lejano al volcán que erupción reventando el pecho que casi
desprecias la mediocridad de lo escrito respecto a lo sentido...así...
Cuando nos veamos, sobrarán los "hola que tal"...directamente te
pediré fuego, en mitad de la calle, anocheciendo y con un poco de frío para buscar
refugio en un lugar angosto y oscuro.
Deseo verte...
Él:
De tu apetencia hago yo necesidad y bandera... Proponme
vernos mañana cuando nadie nos vea, huidos de la tarde en dirección a la
oscuridad, armados de un mechero y sendas miradas que iluminarán nuestro camino
al Hades, si ha de ser nuestra meta... que me gustaría que fueses tú, tan
resuelta en lunas, tan llena de suspiros, tan plena de miradas y promesas
engarzadas en tus córneas, jugándome la vida y el raciocinio.
Ella:
¿Por qué me toca esta noche negarte y negar mis
deseos?
¿El domingo, te apetece el domingo?
Él:
Te beso con
mi ser y mi estar.
El domingo posiblemente no duerma en Madrid, si no
nadie me privaría de tu presencia, no obstante, prometo mantenerte al tanto de
posibles cambios y si finalmente pernocto en casa considérame tuyo.
Te cuento mi cómo, mi dónde y mi cuándo... Mañana. Permíteme ser esta noche tu
Scherezade.
Te sueño. En breve.
Saberme posado en tus ojos camino de tu cerebro y tu
corazón. ¿Se puede aspirar a algo más en esta y las próximas dos vidas?
GAME OVER… ¡Insert coin!